1 - Los guijarros con los que se tropieza uno
Quiero suponer que todo el mundo sabe a lo que me refiero cuando escribo. Yo sé que no es así, que lo que yo percibo de algo es diferente a lo que otra persona ve en eso, como por ejemplo las letras de una canción. Todo el mundo puede descifrar qué es de lo que habla una canción, puede encontrarle tanto significantes profundos como significados banales, tanto como si el estribillo dijera "Éramos Primavera, pero tu decidiste que ya era tiempo para el Otoño" por supuesto que puede simplemente significar un lapso de tiempo, quizá solamente son los nombres de estaciones del año, o quizá también puede significar algo más complejo y encriptado como solo un poeta puede hacer. Pero, ¿Quién le da el significado a la música que todos escuchamos? Por supuesto que el compositor derrite sus pensamientos en una hoja de papel justo como lo estoy haciendo yo ahora, pero cuando el público escuche su creación no puede hacer que todos escuchen lo que él escucha. Así pues el compositor más talentoso puede vivir bajo un puente porque nadie le ha prestado la suficiente atención a su canciones, así como el más exitoso puede estar en la cima vendiendo basura que escribió cuando estaba ebrio.
Es por eso que yo me aventuro a decir que está bien lo que piensen de mi sea lo qué sea que estén pensando, porque esta es la forma con la que yo me percibo a mí misma y la forma con la que ustedes están leyéndola para figurar quién soy. Pero ¿Realmente es importa saber quién soy? ¿Usted sabe lo que es usted? ¿Quién es? Y no me refiero al nombre, porque yo me sé mi nombre de memoria tanto como usted se sabe el suyo, así que a lo que voy es algo bastante diferente a una sola palabra. Son millones de cosas que nos hacen ser quienes somos, millones de cajas de experiencias y costales de memorias, nosotros mismos somos quienes mejor conocemos nuestra historia y aun así ni siquiera podemos contestar ¿Quién soy? Es por eso que estoy escribiendo esto, porque quizá de esta forma ustedes puedan encontrarle forma a lo que soy y quizá yo pueda encontrar quién soy a través de ustedes.
Volviendo al principio es bastante obvio que todos pensamos de manera diferente, pero me gustaría recalcarlo para recodar que nada es lo mismo para todos, que no hay verdades absolutas. Quizá usted no necesite saber quién es porque en los papeles del gobierno basta con decir tu nombre y apellido para que se despliegue toda la información básica de tu vida, como el nombre de tus padres y tu fecha de nacimiento, pero ahora piensa tú ¿Quiénes son tus padres? Dicho esto puedo concluir con que en realidad no sabemos nada acerca de nosotros.
Llevo la mayor parte de mi vida intentado encontrarle un sentido a lo que hago y debo hacer, pues verás, me gusta mucho escribir y hacerlo me hace sentir bien de una manera extraordinaria, y siento que no lo hago tan mal en un intento quizá de no desanimarme del todo.
Para escribir no son necesarias muchas cosas, de hecho es bastante sencillo y no implica más que tener ideas y un deseo por plasmarlas, y por supuesto, un lugar dónde hacerlo. La cosa más difícil quizá sea ordenar esas ideas y no cansarte de escribir, de personas que interrumpan mientras lo haces, y administrar tu tiempo. Escribir es un pasa tiempo más para mí, así como para los músicos es tocar sus respectivos instrumentos, o para un comerciante que disfruta de atender a los clientes.
Yo no podría decir que escribir, tocar, bailar, componer etc es como un segundo hogar, pues cuando yo escribo no me siento pertenecer como debería sentirse un hogar, más bien creo que es como un escudo para escondernos de nuestros problemas al menos por unos segundos, fingir que no están ahí y que nosotros estamos bien, que no hay nada malo. Así es pues cómo yo siento que mi escondite es, tan lleno de historias e ideas sin gravar en un papel del cual me gusta fingir que vivo en. Pero no de la forma de un hogar, porque no puedes huir a tu hogar cuando no lo tienes.
Pero por alguna razón mi no-hogar se siente atacado constantemente y la peor parte es que es por mí misma. Me gusta escribir, sí, pero no me gusta lo que escribo. Quisiera creer que a ti, lector, algunas veces te pasa lo mismo, que en un momento te sientes en la cima y al siguiente te sientes en caída libre, como si después de cada alto viniera un bajo y uno más, repitiendo, como en una montaña rusa. Así es pues cómo me siento alrededor de todas las cosas que hago, me gusta hacerlas y después las odio al ver el producto final porque me gustaría haberlas hecho de otra manera, y me gustaría tener la paciencia y el poder de sentarme a corregir cada cosa que quiera corregir hasta verlo perfecto, pero nunca las correcciones serían suficientes porque cada que terminara de hacerlo volvería a odiarlo un poco. Sí es así, entonces creo que somos unos malvados críticos con nosotros mismos, nunca teniendo suficiente y siempre diciéndonos que pudimos haberlo hecho mejor. Pero, ¿Realmente pudimos haberlo hecho? A veces escucho mi canción favorita y me detengo a pensar cada palabra que contenga la letra, me gusta creer que puedo encontrarle ese significado que el compositor metió ahí dentro y cuando le pongo mi propio significado me siento maravillosamente llena porque me gusta lo que encuentro, pero me pregunto si es que al compositor le pasará lo que a mí. ¿Encontrara que mi canción favorita quizá es su peor fracaso musical? Quizá eso sería increíble y decepcionante para mí, quizá después de que alguien lea algo mío y sepa que yo realmente lo odio deje de gustarle.
Entonces si volvemos a esa primera frase "Éramos primavera, pero tu decidiste que ya era tiempo para el otoño" quizá pienses que me refiero a que fuimos algo pero que llegó a su tiempo quizá antes de lo planeado, de ser así entonces tienes razón, y si pensaste diferente también la tienes, porque cuando lees algo mío automáticamente te apropias de él, absorbiendo lo más que puedes de mi como una esponja, cambiándolo hasta hacerlo tuyo, hasta que tenga sentido para ti.
Quizá esa es la mejor parte de ser diferentes, el individualismo que tenemos tan marinado en nuestros seres. Pero, ¿crees que dándote cuenta de ello ahora sepas cómo contestar la pregunta? No estamos más lejos de la verdad.
Con el paso del tiempo descubrí que dentro de nosotros no existe una sola persona, que somos suficientes para llenar las habitaciones separadas de nuestro cerebro. Por ejemplo, está aquella parte tuya que se alimenta de recuerdos de momentos pasados, está esta otra que los demás perciben de ti, o aquella que esconde la parte de ti que incluso a ti te causa temor. Mi vida está repleta de periodos donde vivo con cada parte mía, les pongo nombres diferentes así como mis padres me pusieron a mí un nombre y dos apellidos. Así pues es cómo mi vida se divide en etapas llamadas de distintas maneras y estoy algo consternada que ninguno de esos nombres sea actualmente mi nombre legal.
Por ejemplo: La época negra.
La época negra es la época en mi vida más cruda, la más oscura, y quizá tú también la puedas encontrar en tu propia vida. En esta época es donde más cicatrices quedan en ti, quizá hechas de dolores y penas, o felicidades y amoríos ¿Quién sabe? El punto es que todos alguna vez hemos pasado por esta época y en algunos casos de mala suerte, volvemos a pasar sobre ella.
Durante la mía ocurrieron muchos acontecimientos que me llevaron a tomar decisiones muy malas de las que puedo seguir arrepentida hasta el día de hoy, como si no, muchas cosas que me dejaron heridas cuyas cicatrices aún pueden apreciarse a simple vista. Quizá esto sea gracias a que cada época de nuestras vidas nos dejan marcas, experiencias, y para bien o para mal nos van dando forma a lo qué somos. Algunos recuerdan esta época como una mala experiencia, como algo que desearíamos no hubiera pasado nunca, en mi caso no es muy diferente la mitad del tiempo y en la otra mitad me gusta mirar al pasado, me gusta rozar con mis labios mi piel y besar cada cicatriz como si haciendo esto pudiera retroceder en el tiempo y llegar hasta mi yo de la época negra y decirle que no me preocupe, que todo va a estar bien. Por supuesto eso es imposible pero nadie nos va a quitar el intento.
La época negra resultó ser el tiempo más escalofriante de mi vida, verdaderamente tenía miedo de en lo qué me estaba convirtiendo, sin darme cuenta que esa chica que fui siempre había sido parte de mí. La llamaré R, porque el nombre completo no tiene nada que ver en realidad con lo que verdaderamente significó ella para mí. R me asustaba, demasiado, ella gustaba de hacerse sufrir a ella misma de muchas maneras, se apuntaba al cerebro un millón de veces con pistolas disfrazadas en un millón de mariposas, y a veces su vos salía de mis labios diciendo lo que haría una vez llegara a casa y estuviera sola. Debo confesar que creí que R me arrastraría no sólo hasta el fondo de la época negra, sino que también me llevaría al extremo, quizá al fin.
Por supuesto no lo hizo, y ahora, algunos años después, aún puedo girar la cabeza y verla sonreír de esa manera tan enferma, tan triste y desesperada, pero sonriendo. Con locura. ¿Se puede reír de locura? Al parecer sí, aún la puedo ver sosteniendo su mano en el aire mientras la mueve, mecánica, sin vida, y hay manchas negras bajo sus ojos como si se le hubiese corrido el maquillaje, cosa que es imposible porque durante ese tiempo yo no usaba ni siquiera delineador. Pero R. no es un borrón gris en la historia de mi vida, quizá fue simplemente quien decidió cuándo se terminaba el primer libro y comenzaba el otro.
Con ella logré un millar de cosas más, como por ejemplo, escribir. Por supuesto que antes de ella y la época negra yo ya había escrito, quizá escribo desde que he aprendido cuál es la letra A, y estoy segura de que he creado historias desde que puedo soñar.
La llegada de R me llegó por sorpresa y terminaría con el final más esperado.